Descubrimientos serios para gente muy banal: La importancia de llamarse Röntgen.

Como bien sabrán, aquí en #CienciaVulgar nos gusta mucho mezclar los temas, hacer juegos de palabras y conectar la ciencia con todas las otras áreas del conocimiento humano, por eso nos salen títulos tan extraños, además de que te obligo a que te intereses en muchos temas a la vez ─así también justifico el hecho de que me desvío por cualquier cosa─. Como sea, agárrate de tu asiento que hoy te traigo una de esas cosas de ciencia que debes saber sí o sí para que puedas decirle a los demás que «amas la ciencia» ─aunque no sepas un carajo─ y no te sientas tan mentiroso contigo mismo.

¿Preparado?, ¿no?, igual vamos a ello:

Los científicos siempre han tenido una fascinación por todo lo que brilla, todo lo que arroja luz. No te imaginas las revoluciones científicas que han habido para explicar la razón por la cual algunas cosas brillan, de hecho así nació la física cuántica, pero bueno, eso es harina de otro costal, que claro, espero poder contar después en éste mismo espacio.

Gracias a la espectroscopia ─que es el estudio de la interacción entre la radiación electromagnética y la materia─ la ciencia pudo dar pasos agigantados. No era raro que allá por mediados del siglo XIX los científicos empezaran a jugar a echarle luz a todo lo que se moviera sólo «para ver qué pasaba».

Precisamente eso fue lo que hizo el químico William Crookes por aquellas fechas. Para entenderlo mejor imagina lo siguiente:

Un tubo con unos gases en su interior, en los extremos del tubo hay dos placas de metal, a dicho tubo le conectas electricidad, negativo con negativo (ánodo) y positivo con positivo (cátodo), y ahora tenemos magia, de la nada empieza a brillar con distintos colores dependiendo el gas que tengas en su interior. De hecho estas cosas herejes existen desde 1850, se llaman «tubos Geissler» ─por su inventor; Heinrich Geissler─, claro, el problema es que nadie entendía porque esos tubos hacían lo que hacían.

Tubo geissler

(Algunos tubos Geissler)

Si te sirve de consuelo tú has visto los tubos Geissler en acción muchas veces, las famosas «luces de neón» no son otra cosa que un tubo Geissler con gas neón dentro, fin de la historia.

El problema es que en la ciencia no nos podemos quedar con un simple «¡Mira que chulos son esos colores!», claro que no, hay que explicar cómo, cuándo y el más difícil de todos: ¿Por qué?

Vale, los tubos esos brillaban, pero; ¿por qué?, ¿no importaba el tipo de gas?, pues bueno, esa misma idea cautivó a Crookes. ¿Recuerdas que él andaba jugando a echarle luz a todo lo que se movía debido al auge de la espectroscopia?, pues ahora se puso manos a la obra con los tubos esos y los brillos, digo, Crookes ya era famoso, había descubierto el elemento talio con la ayuda de la espectroscopia, pero no le bastaba, había que ir a por más.

Crookes se percató que si ponías el tubo al vacío, sorpresa, también se veían unos rayos de colores, o sea, no era el gas, las placas mismas emanaban esos misteriosos rayos. Cada vez ese rompecabezas pagano y excomulgado se ponía más escabroso.

Los científicos famosillos de la época llegaron al acuerdo de llamarlos «rayos catódicos» ─de hecho fue Eugen Goldstein─, y también de pasada a los tubos se les llamó igual, porque claro, así se generalizó a esos tubos en la época, no nos vayan a cobrar más impuestos por distintos nombres. Ya fueran tubos Geissler, tubos Crookes, tubos fulano o tubos mengano, todos tenían exactamente la misma dinámica, aquí lo importante era saber la razón por la cual esos malditos tubos empezaban a brillar cuando se les aplicaba un voltaje.

Pero bueno, dejemos de hablar de herejes que no aportarán más a la trama de la historia, por cierto, digo «herejes» porque una de las curiosidades de Crookes es que era una persona algo… Extraña. Se dedicaba al espiritismo, la metafísica, realizaba sesiones con médiums y otras cosas, de esas que todos hacemos, todo un estuche de monerías mí buen Crookes, descanse en paz ─posiblemente en el infierno─, ¿y nosotros?, bueno, a lo nuestro:

¿Quién iba a dar con la respuesta a los colores y demás?, pues te sorprenderá, pero absolutamente nadie. Al menos nadie de la época, pero deja te explico la razón:

En aquél entonces no se conocía la estructura subatómica, es decir, no se sabía lo que era un protón, neutrón y electrón. Se sabía que existían átomos, pero nadie sabía a ciencia cierta si el átomo estaba conformado por partículas aún más pequeñas, se sospechaba, pero de una sospecha no pasaba.

Curiosamente los tubos esos sirvieron para demostrar la existencia del electrón, pero no sirvieron del todo para por si mismos explicar todos los fenómenos que se estaban observando, lo importante es que esos tubos llevaron a un experimento que daría fruto a un descubrimiento monumental, uno de esos descubrimientos que ¡ufff!, ni pa’ qué te cuento, bueno, sí te cuento, total, ya llevamos la mitad de la historia, ¿qué más nos queda?, vamos a ello, no perdemos nada por aprender un poquito más:

Viajemos hasta 1895, unas décadas después de todas las dudas que existían con los tubos que echaban luz. ¡Pero qué año!, apenas a inicios de 1895 Oscar Wilde publicaba su famoso libro «La importancia de llamarse Ernesto».

Y digo «famoso» con un más que obvio sarcasmo, porque si le pides a las personas que te mecionen 3 libros de Wilde sólo te dirán los siguientes:

1.- El  retrato de Dorian Gray.
2.- El  retrato de Dorian Gray.
3.- El  retrato de Dorian Gray.

¿Y qué pasó con la importancia de llamarse Ernesto?, bien, gracias.

De hecho es un libro que sí o sí debes leer, prácticamente es la mejor ─en mi opinión─ obra de Wilde, Que por cierto, el libro original se llama: «La importancia de llamarse Ernesto: Comedia banal para gente muy seria» (una de sus tantas traducciones). Dicho libro no es otra cosa que una historia que refleja de la manera más ostentosa el famoso principio maquiavélico: «El fin justifica los medios». La hipocresía, las mentiras y todas las máscaras que las personas utilizan para conseguir lo que ellos desean son válidas siempre y cuando las mismas nunca sean descubiertas, y claro, las acciones utilizadas tengan un buen visto ante la sociedad. ¿Y qué pasa con la persona honesta?, pues es la persona que queda en la peor posición ante la sociedad, bien lo dijo Wilde con su frase: «En todos los asuntos de importancia, el estilo, no la sinceridad, es lo verdaderamente esencial».

¿Y tiene mucho que ver Wilde con nuestro relato?, pues sí y no. La década que concierne a 1890 fue una época extraña, por algo se le conoce como «la década Málva». En esos años se logró sintetizar por primera vez la famosa anilina, que no es otra cosa que un colorante. Pero claro, en aquella época nadie sabía cómo conseguirlo.

Los «buenos modales», «vestir la moda» y todas esas cosas superficiales eran lo más destacable de la época, todavía lo son. Y claro, de esos factores se valió Wilde para hacer su crítica. Cosas tan nimias como el color de la ropa eran codiciadas, sobre todo por el tema de los colorantes, no existían tantas materias primas y nadie sabía hacerlos de forma artificial, como sea, la anilina fue el descubrimiento más destacable de la década. No digo que esté mal, tampoco que esté bien, pero hacía falta algo más destacable, la ciencia podía dar más, no un simple colorante.

Ya que se me piró lo de la objetividad y este texto ya no sé ni para donde va, deja te explico la etimología de todo lo anterior mencionado:

«Mauveine» es la palabra inglesa original del nombre del colorante, W.H. Perkin la descubrió por accidente por eso del 1856, mientras intentaba oxidar cosas (dicho mal y pronto: Agregar oxígeno a las cosas, ─no me maten químicos orgánicos─), curiosamente el primer color que logró sintetizar fue el púrpura, y así lo patentó: Púrpura de anilina. Después del púrpura le siguieron todos los demás.

Eso fue realmente importante, porque la humanidad llevaba muchos años intentando conseguir el púrpura de forma sintética, así que lo que encontró Perkin fue oro, oro púrpura.

¿Quieres saber por qué era tan caro ese maldito color?, bueno, para eso estoy yo, tu escritor procrastinador favorito:

Existe un molusco llamado cañadilla, dicho molusco emana de sus glándulas branquiales una sustancia púrpura, la cual era perfecta para usarse de colorante. Claro, el problema es que para teñir una pieza de ropa se requería sacrificar entre unos 9 mil a 10 mil moluscos. Demasiado caro, sólo la alta clase podía pagar un colorante cuyo peso lo valía en oro. Por algo también se le llamó «púrpura real», sólo la realeza lo usaba.

Curiosamente era obligado para los judíos este color, el mismo Torán dictaba de que color debían ir los supuestos soldados de Dios,  ¿Puedes adivinar qué color era?, exacto.

Que no te extrañe, los famosos «purpurados» ─cardenales─ de la iglesia católica tienen el nombre debido al codiciado color púrpura obligado en su vestimenta, y esto desde el año 1400, un color púrpura que sólo se lograba sacrificando a miles y miles de los pobres moluscos.

Como sea, gracias a Dios, Perkin salvó la vida de los pobres moluscos y puso fin a ese capítulo oscuro de la historia de los colorantes, que claro, en otra entrega del blog retomaré con todo el placer del mundo, porque tiene mucho de dónde agarrar.

Pero bueno, ¿de qué estaba hablando?, cierto, 1895, las apariencias, los superficial y lo superfluo.

Por suerte la ciencia nos iba a dar algo más relevante, algo que nos iba a recordar que lo más importante… Está debajo de la piel.

Wilhelm Conrad Röntgen era un ingeniero mecánico y físico alemán que se encontraba fascinado por toda la espectroscopia que estaba en boga, y claro, fascinado por el funcionamiento y origen de los famosos «rayos catódicos».

Roentgen2

(Wilhelm Conrad Röntgen​).

Mientras todos estaban fascinados con los colorantes a Röntgen lo que le interesaba era la luz.

Bien decía mi libro de química general del cuál sólo logro recordar ésta frase: «Los descubrimientos suelen ser casualidad, pero ante las mentes preparadas nunca pasan desapercibidos», y sí, en la ciencia no se cree mucho en las casualidades, y lo que le pasó a Röntgen fue algo que para muchos fue suerte, pero claro, el hombre estaba más que preparado… Mira lo que pasó:

Una noche del 8 de noviembre de 1895 (un día como hoy), Röntgen tenía derramado sobre su mesa unas sales llamadas «Sales de Krogmann», que dicho mal y pronto: Es la combinación de cianuro y platino más otro elemento adicional, hay muchas sales, pero para hacer la historia sencilla imaginemos que sólo hay una y que se llama «Platinocianuro de bario», y que claro, dicha sal es la que estaba en el laboratorio de nuestro héroe.

Con las sales derramadas y con el tubo encendido Röntgen se percató que las sales estaban brillando (tenían «fluorescencia»), ¿qué estaba pasando?, ¿qué clase de brujería se suscitaba en su laboratorio?, Röntgen hizo lo que toda persona hubiera hecho: Apagar el tubo.

En ese instante las sales dejaron de brillar, volvió a encender el tubo y las sales volvieron a brillar.

Röntgen se sintió fascinado, así que ─mira que intuitiva es la mente preparada y como vence a la «casualidad»─ decidió tapar con una cartulina negra el tubo, ¿qué pasó?, ¡Las sales seguían brillando!

Colocó las sales sobre una placa y empezó a alejarla cierta distancia, seguían brillando, luego tapó las sales, seguían brillando, tapó las sales y el tubo, seguían brillando.

Se salió de su laboratorio y las sales seguían brillando, salió de su laboratorio y cerró la puerta, adivinaste… El cuervo seguía allí, posado, inmóvil y nada más, ¡digo!: ¡Las sales seguían brillando!

Tras muchos experimentos Röntgen llegó a la conclusión más obvia: «No sé cómo y tampoco sé la razón exacta, pero aquí hay un nuevo tipo de luz, una especie de rayos capaces de penetrar los materiales, no sé qué tipo de rayos sean, los voy a llamar rayos-X».

Damas y caballeros, así fue como Röntgen descubrió los rayos-X.

Y no sólo eso, por suerte Röntgen era muy aficionado de la fotografía. No tardó mucho en cambiar su placa con sales de platinocianuro por una placa de fotografía, las cuales eran (y son) muy sensibles a todo tipo de luz (incluso a la que no podemos ver), porque tanto los rayos-X, los rayos gamma, las ondas de radio, las microondas, todas son distintas caras de una misma moneda, sólo es cuestión de ver cuál tiene más energía (distinta longitud de onda).

De hecho, se percató que los huesos de su mano se quedaron parcialmente grabados en la placa de fotografía, pero dado que el equipo era muy grande no lo podía operar él solo, ergo, le pidió ayuda a su amada esposa Bertha Röntgen.

Y pues sí, gracias a ello nació una de esas fotografías que son un hito en la historia de la ciencia, la famosa «mano de Bertha», en sí, la primera radiografía de la historia, te la presento:

First x-ray

(Primera radiografía en la historia, la mano de Bertha).

De hecho puedes apreciar que en el dedo anular se ve con claridad el anillo de boda de la señora Röntgen.

Sobre dicha radiografía podemos plantearnos de entrada unas 10 preguntas interesantes, pero aquí te voy a poner la que de debiste plantearte ─y que yo me hubiera hecho al instante─:

¿Por qué sólo se ven los huesos?

Sólo te voy a contestar esa, porque al fin de cuentas ya me pagaste por hacer esto, espera, no, no me pagaste, pero bueno, éste buen corazón altruista que no sabe cuando detenerse:

Para contestarla hay que remontarnos a ciencia de los materiales, pero dado que eso tomaría otros 5 artículos de 3000 palabras, pues te lo voy a contestar de la forma más burda que se me pueda ocurrir.

Los huesos son más densos, es decir; tienen más materia concentrada en una determinada cantidad de espacio. Por si fuera poco están hechos de calcio y fosforo y todo está increíblemente compactado en un cristal llamado «hidroxiapatita», algo que conocerás mejor cuando estudies los famosos cerámicos (si es que algún día decides suicidarte y empezar con la herejía de la ciencia de los materiales).

Sólo imagina lo siguiente: El calcio tiene 20 protones y 20 neutrones en su núcleo, lo cual es demasiado si lo comparas con los otros elementos de tu cuerpo ─en su mayoría carbono e hidrógeno─. Cuando los rayos X inciden en tu cuerpo, tienen más probabilidad de «impactar» contra núcleos muy grandes que contra núcleos pequeños (algo obvio), ergo, en los huesos hay más «colisiones» (absorción) debido a esos núcleos grandes del calcio, ¡ojo!, no todos los rayos X se absorben, de hecho son muy pocos en comparación con todos los rayos-x que se irradian, pero por el simple hecho de que allí hay más lugares para incidir, pues bueno, la historia termina contándose sola.

Röntgen claro que se percató de esto, se dio cuenta que entre más denso era el material menos penetraban dichos rayos, llegando hasta el punto de concluir que el plomo era completamente impermeable a dichos rayos.

El descubrimiento de Röntgen revolucionó la ciencia, la gente también llegó a llamar a dichos rayos «Rayos Röntgen», pero al final se les terminó llamando rayos-x por la nostalgia y el cariño.

A las semanas ya se empezaron a utilizar en humanos y se realizaron radiografías de todo el cuerpo, dichas radiografías revolucionaron por completo la medicina.

Obviamente es un tipo de radiación muy energética, y claro, en aquél entonces no se conocían las consecuencias, pero no tardaron mucho en descubrirse, y gracias a cómo Röntgen estudió dicha área se pudo encontrar la forma de combatir la radiación (como usando recubrimientos de plomo).

Curiosamente el fósforo, los recubrimientos de plomo, los rayos-X y los tubos catódicos dieron paso a lo que más tarde sería la televisión, pero bueno, el funcionamiento e historia de la misma la dejaremos para otro día, porque ya llevo escribiendo como una hora y ya me duelen mis manos.

Por su increíble descubrimiento Röntgen recibió ¡el primer premio Nobel de física!, en el año de 1901, así es mis lectores, ¡el primer Nobel!

Muchos años después se inmortalizó el nombre de Röntgen en la misma tabla periódica. El elemento 111 fue bautizado como «Roentgenio» en honor al físico, y allí está, en todas nuestras tablas periódicas, viviendo por siempre con nosotros.

Gracias a Röntgen se pudieron salvar muchas vidas, se pudo abrir la mente y empezar a indagar en otras áreas, se pudo olvidar lo superficial de la época y poner interés en la ciencia que realmente ayuda al hombre y no a la que sólo alimenta el ego.

Como ya había mencionado y por más irónico que suene: Röntgen nos devolvió los pies a la tierra, y como siempre pasa, nos dejó más que claro que lo importante no está en el púrpura de tu camisa o en cuánto dinero tengas en tus bolsillos.

Lo más importante siempre está debajo de la piel…

Gracias Röntgen, ¿qué mejor día para celebrarte que un 8 de noviembre?

 

#PeaceOut

P.S.

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Nos vemos en la siguiente entrega de #CienciaVulgar, ¿cuándo?, no sé, pero será pronto, ya mero salgo de vacaciones.

#PeaceOut

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